sábado, 29 de mayo de 2010

Psicoanálisis de las caídas en la vejez

Psicoanálisis y vejez
Las caídas en la vejez
Graciela Zarebski 1
(Tomado de http://www.psicomundo.com/, espacios temáticos)
Las estadísticas gerontológicas dan cuenta de la llamativa incidencia de las caídas en personas de edad avanzada.
Al trabajar con gente mayor, sobre todo en situación de dependencia, resulta notable la frecuencia de la producción de una caída como señal que indica lo que en apariencia parecería ser el comienzo de un proceso de claudicación de la fuerza vital de un sujeto.
Abocarnos al estudio de las caídas en sus circunstancias particulares, desde una concepción psicoanalítica de la vejez, nos permitirá entenderlas, por el contrario, como efecto, como desenlace, como un modo patológico de resolver las cuestiones conflictivas del envejecimiento.
Así reformulado, contaremos con herramientas conceptuales que nos posibilitará intervenir en su prevención, asistencia y rehabilitación desde un enfoque interdisciplinario.
Pero, ¿por qué son tan frecuentes las caídas en la vejez?
Interrogarnos acerca de su sentido nos permitirá desentrañar la frialdad de las estadísticas.
UN TROPEZÓN... ¿CUALQUIERA DA EN LA VIDA?
Francisco, con sus ochenta y tres años, tiene una elevada autoestima en lo que se refiere a su rendimiento físico. Deportista de toda la vida a la par de su desempeño profesional, actualmente ya jubilado, se mantiene activo a través de sus prácticas diarias de gimnasia, lo que se refleja en su sólida contextura física y su porte erguido. Sólo que ahora, a partir del tropiezo, usa bastón.
Francisco es casado y padre de dos hijos. Unos meses antes, a su esposa le habían diagnosticado un cáncer. La semana misma de la caída la habían internado y, por primera vez en su larga vida matrimonial, Francisco se había quedado solo en la casa. Acostumbrado a que su mujer lo atendiera, ahora no sólo tenía que arreglarse por su cuenta sino que, además, debía comenzar a cuidar de ella.
El día de la caída iba precisamente a comprarle los remedios en la farmacia del barrio, abrumado por el repentino cambio de vida y la dura tarea que lo esperaba al lado de su esposa.
El se consideraba todavía "en carrera". Cuando vio que se le cerraba el paso entre unas vecinas que conversaban y un montículo de tierra y escombros, siguió resueltamente su camino por sobre lo que resultó un pozo mal tapado y fue a parar al suelo. De ahí lo trasladaron al hospital, el mismo en que pocos días antes había internado a su mujer.
A partir de entonces, la vida de Francisco cambió. Pero no en el mismo sentido que se podía prever. La fractura de cadera y la operación consecuente lo mantuvieron postrado el tiempo suficiente como para que no pudiera acompañar a su esposa en sus últimos días ni estar presente en su velorio y su entierro.
Francisco estaba atravesando una dramática situación de cambio. La circunstancia que se le presentaba -la ausencia de su esposa, la ruptura de los hábitos matrimoniales- implicaba alteraciones importantes en su modalidad de vida, así como un cuestionamiento a su dependencia y una nueva perspectiva de soledad.
Hubiera debido replantearse esa forma de dependencia que implica disponer de una persona a su servicio -lugar que ocupaba su mujer- lo que le habría llevado a cuestionar su relación matrimonial, a preguntarse qué pierde al perder una esposa.
Había una percepción inconsciente de que algo se iba a cortar en su vida. Si bien todo duelo implica un corte que resitúa al sujeto en relación a su deseo, Francisco no estaba en condiciones de hacer una elaboración gradual de lo que se anticipaba como pérdida.
Era para él un corte mutilante, tanático, que se precipitaba con violencia. Y entonces la caída.
CUANDO LA VEJEZ "SE VIENE ENCIMA"
Una vez recuperado, Francisco vuelve a su casa asistido por una mujer, con la secuela de un andar más lento sostenido por un bastón. Esa circunstancia le provoca un sentimiento de minusvalía cuando, por ejemplo al subir al colectivo, le ceden el asiento "como a los viejos".
Sólo pudo reconocerse viejo "por accidente". Fue necesario que se accidentara y tuviera que usar bastón para que se enfrentara a la disminución en el rendimiento de sus funciones propia de su edad, y aceptara desplazarse con más lentitud y cuidado, reconociéndose como viejo en la mirada de los otros.
Asumir una vejez "por lo negativo" pone en evidencia la resistencia a asumirla. De repente - en lugar de mediante un proceso gradual de aceptación y preparación - se percibe que la vejez "se viene encima".
Esta percepción es habitual en la vejez que llamamos patológica, aquella que es vivida bajo el signo de herida en la autoestima y explica la posición depresiva que adopta el sujeto.
Pero Francisco desplegó otro recurso defensivo que le evitó permanecer deprimido: depositó la culpa en otro. Adoptó una actitud querellante y le inició juicio -con la asesoría de uno de sus hijos -a la empresa que había dejado el pozo mal tapado en la vía pública. Lo que debería haber sido la elaboración de una pérdida -la de su esposa, la de su propia salud- se transformó en la consecución de una ganancia.
Entonces intervengo en el difícil lugar de Perito en una Causa que, en realidad, tapaba otro agujero mal tapado en la vida privada de este señor.
Cómo hacer para obviar las evidencias de estar ante una patología narcisista que llevó a Francisco a desafiar siempre los límites naturales impuestos por el paso del tiempo, lo cual le causó varios accidentes previos y que lo dejó inerme ante la aparición súbita de la enfermedad y la muerte.
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Quedan conformadas así -de acuerdo a los lineamientos teóricos de Julio A. Granel2- las condiciones psíquicas que permiten anticipar la propensión a una caída, definida ésta como una acción precipitada en que se involucra autodestructivamente el cuerpo, en respuesta a lo que se anticipa como una precipitación violenta de cierta pérdida y cuyo sentido inconsciente sería la anulación de esa pérdida.
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Si pensamos a la caída como la representación dramatizada de otra caída en otra escena, es decir, de una caída ya instalada o que se considera inminente, podremos conceptualizarla como una "segunda" caída. Como tal, cabe escucharla como indicativa de duelo patológico.
LA CAÍDA ¿ES UNA FATALIDAD?
Pero para el sujeto generalmente sirve como pantalla que no le permite entender su sentido. Esa condición de pantalla es evidente en la tendencia habitual a interpretarla como un acontecimiento casual, una fatalidad, lo que evita el cuestionarse acerca de la implicancia subjetiva - la carga emocional previa - en su determinación.
Esta interpretación de uso común se corresponde con la lectura que realizan diversas disciplinas estudiosas del tema, que destacan los efectos emocionales posteriores al accidente como consecuencia de la caída, como su secuela, al no contar con el instrumento -la escucha- que les permita relacionar esos efectos con las circunstancias y antecedentes psíquicos que precedieron y acompañaron el hecho, es decir, la primera "caída".
El doble sentido del término es el eje del estudio que realiza Sigmund Freud acerca del tema en su Psicopatología de la Vida Cotidiana3.
Freud sospechó de la existencia de un sentido y una intención detrás de las pequeñas perturbaciones funcionales de la vida cotidiana, para lo cual se abocó al estudio de las que denominó " torpezas" dentro de la categoría de las funciones motoras. Los elementos que llamaron su atención en la investigación de las circunstancias que suelen acompañar al accidente y de las impresiones que lo preceden, fueron:
-No hacer el menor intento por evitarlo, por librarse del golpe.
-La indiferencia con que se acepta el daño resultante.
-La ausencia de manifestación de dolor.
-La tranquilidad con que se sobrelleva la desgracia.
El célebre vienés señaló que no se trataría de torpezas más que en apariencia, pues en realidad son actuaciones "hábiles" y "consiguen su fin con una seguridad que no puede atribuirse, en general, a los movimientos voluntarios y conscientes".
Nuevamente Freud nos sorprende con su sagacidad para contrastar la dinámica inconsciente con la consciente. Habitualmente los expertos en accidentes, apelando a una psicología descriptiva, sostienen que "la investigación de las causas que han originado un determinado accidente revela que el mismo ha sido producido por una condición insegura o una acción insegura... consecuencia de la conducta insegura que ha llevado al accidente: imprudencia, falta de uso de equipos de protección, violación de procedimientos y normas de seguridad son ejemplos típicos de actos inseguros" 4.
Esto se piensa especialmente en relación a la vejez, apelando a su condición deficitaria en los planos biológico y social, es decir, el deterioro y el descuido propio o por parte de los otros.
A este plano de lo manifiesto Freud le opone la seguridad y la habilidad del inconsciente para conseguir su fin. Un viejo de ochenta y tres años no necesariamente se cae porque se siente inseguro: también puede caerse por sentirse demasiado seguro, como Francisco.
Un accionar inconsciente cuya finalidad fuera caerse remitiría a un más allá del principio del placer que Freud concibe en su última teoría pulsional como pulsión de muerte y es lo que lleva a los especialistas en accidentología a hablar de: "microsuicidios".
Pero Freud ya adelantaba el sentido tanático de muchos actos humanos en su citado libro: "Conocido es que en los casos graves de psiconeurosis aparecen a veces automutilaciones como síntomas de la enfermedad y que no se puede considerar en tales casos excluido el suicidio como final del conflicto psíquico. Sé por experiencia, y lo expondré algún día con ejemplos convincentes, que muchos daños que aparentemente por casualidad suceden a tales enfermos son, en realidad, maltratos que los pacientes se infligen a sí mismos. Estos accidentes son producidos por una tendencia constantemente vigilante al autocastigo; tendencia que de ordinario se manifiesta como autorreproche o coadyuva a la formación de síntomas y utiliza diestramente una situación exterior que se ofrezca casualmente o la ayuda hasta conducirla a la consecución del efecto dañoso deseado... Además del suicidio conscientemente intencionado hay otra clase de suicidio, con intención inconsciente, que es capaz de utilizar con destreza un peligro de muerte y disfrazarlo de desgracia casual" 3 .
Desde este enfoque se podría aceptar que la querella judicial de Francisco es en parte justa: el medio en que vivimos, nuestro hábitat, debe ser seguro, no sólo o no tanto para evitarnos un tropiezo, sino fundamentalmente para no darnos oportunidad, para que nos resulte más difícil cuando buscamos inconscientemente accidentarnos. El hábitat debe estar preparado para resguardar al hombre contra sí mismo.
CUANDO LA ACCIÓN REEMPLAZA LA REFLEXIÓN
Este caso nos ofrece así un pantallazo de los principales aspectos que están en juego en la propensión a las caídas en general y en la vejez en particular.
En primer lugar, se corresponde con las circunstancias en que se suelen producir accidentes a cualquier edad: momentos en que se está ante un cambio importante en la vida, que representan encrucijadas cargadas de un monto significativo de ambivalencia.
Así, todo duelo será elaborado patológicamente cuando haya una carga ambivalente de amor y agresividad sin salida para el odio. Aparece entonces una tendencia al actuar como modo de resolver una situación angustiante y conflictiva, en reemplazo de una elaboración reflexiva. La acción dramatiza la lucha interna y la búsqueda fallida de salida ante la dificultad de aceptar situaciones ambiguas, conflictivas, dolorosas.
Tengamos en cuenta, además, que está menos promovida culturalmente la reflexión que la acción, usando el cuerpo como instrumento y centro del conflicto o del posible cambio. La cultura promueve el rechazo de la conciencia de los afectos y pensamientos que producen conflicto y dolor.
Es un modo de "intentar resolver los momentos críticos... recurriendo a un accionar drástico y con agresividad autodestructiva ante las ansiedades generadas en el dilema de un cambio" 2 o, simplemente, ante los límites que impone la vida, el dolor de existir.
Lo que no puede ser simbolizado -eso que se percibe como precipitándose violentamente- retorna bajo la forma de una precipitación violenta en la realidad y de signo autodestructivo.
Por su carácter tanático, con la puesta en juego del cuerpo, la propensión a los accidentes es estudiada dentro del campo de "la psicosomática". La posición desde la cual se la padece es similar: el sujeto no se siente involucrado en su producción. Sólo que, en la psicosomática, el daño se atribuye a la enfermedad, mientras que en el accidente, a las circunstancias casuales.
En ambos casos, se cree sufrir pasivamente las fuerzas del Destino.
Este "romperse todo" es pagar un precio muy caro en aras de evitar reconocer cierta pérdida, en aras de recuperar un goce supuestamente perdido.
LOS MODOS DE CAER EN LA VEJEZ
Si el dolor de existir forma parte de la suerte humana, la "eclosión psicosomática " (J. McDougall) o el accidente aparecen como la falta de reconocimiento de esta verdad, que es, en última instancia, la verdad de la castración. Están al servicio de ocultar esa verdad desde la posición de víctima o de acusador. Así, lo que es una verdad de por sí, por estructura, se deforma en una verdad "por accidente". Lo que debería ser el padecer humano pasa a ser "mi mala suerte", "por mi culpa" o "lo que me hicieron".
En la vejez, se presentan habitualmente dos modalidades básicas como contexto psíquico en la producción de un accidente:
-una modalidad depresiva, de base culposa, que se presenta como el "dejarse llevar", "dejarse caer", "dejarse atropellar", es decir, "dejarse", entregarse, ponerse en posición de objeto, sobre la base del autocastigo y el autorreproche, y asumir sobre sí toda la falla.
-una modalidad querellante, de base paranoide, que deposita la culpa en otro, con intentos fallidos de rebeldía contra las "fuerzas del mal" y a menudo caracterizada por un actuar atropellado y poco reflexivo. Entrarían dentro de esta modalidad los casos que se caracterizan por su resistencia a los cambios que acarrea el paso del tiempo: la falla está en lo nuevo, "lo de antes era mejor". Ejemplo de esto es la actitud ante nuevas normas de tránsito: si yo me hago más lento, todos deben hacerse más lentos.
Tanto una posición como la otra remiten al dolor que representa dar paso a lo nuevo, hacerse a un costado en la vida, pues el "no somos nada" propio de la asunción de la finitud se transforma patológicamente en: "ahora él es todo y yo soy nada".
Esta es la "lógica de las dos posiciones" que plantea H.Bleichmar 5 como propia de las perturbaciones narcisistas: se puede todo o no se puede nada, se tiene todo o no se tiene nada, se es el "yo ideal" o "se cae" en su negativo.
El envejecimiento es una etapa especialmente proclive a la quiebra del narcisismo. Pero las heridas al narcisismo no son mera pérdida de autoestima, sino pérdida de un supuesto goce de completitud, especialmente en aquellos que vivieron evitando o tapando todo enfrentamiento con sus déficit.
Se comprende que, en estas estructuras, la elaboración de los avatares del envejecimiento adopte una modalidad patológica.
Un viejo sano es aquél que nunca creyó totalmente en su ilusión de completitud y entonces, con un narcisismo delimitado, al servicio de la vida y no de la muerte, se pudo ir acomodando a las modificaciones del esquema corporal y aceptando su deterioro, en la medida que siempre reconoció el carácter protético de sus objetos.
Entonces, no se trata de "ahora no se puede nada" sino de "nunca se pudo todo". Ahora "se puede distinto" y aquí se pone en juego la posibilidad de sustitución (que es una operación simbólica), de elaboración de nuevos ideales y aspiraciones, que conlleva la posibilidad de un cambio de las actitudes, ritmos y organización de la vida diaria que se requiere para prevenir caídas.
Pero ¿qué pasa cuando esto no sucede? ¿Qué ocurre cuando, sabiendo todo esto, se repite el mal paso, el tropiezo?
Cuando hablamos de prevenir caídas en la vejez estamos aludiendo al amplio espectro de modalidades de "caídas" que adopta el colapso (del latín collapsus, p.p. de collabi: caer) que sufren estas estructuras en la vejez.
¿Es casual que Ricardo, que asegura haber funcionado toda su vida como un "motor", a los setenta años se sienta acabado porque, tras sufrir un accidente automovilístico y un accidente cerebro-vascular, ya no está posibilitado para manejar? ¿Fueron necesarios esos "accidentes" para que reconozca que no puede sostener lo insostenible, que es funcionar como un motor?
La falta de recursos sustitutivos suele mandar señales al sujeto como preaviso de la posibilidad del colapso, señales que, en lugar de abrir el camino de la verdad como lo haría la angustia en tanto alarma, originan, en cambio, un estado de tensión narcisista. Esta tensión desencadena los mecanismos defensivos que evitan el enfrentamiento con la angustia, mediante la sobrecompensación de los déficit.
Es el caso de Francisco, quien como vimos intentaba anular la amenaza a su estabilidad y el límite a su omnipotencia. La barrera formada en la calle por el montículo de tierra y las personas hablando, viene a representar la barrera que bajaba en su vida, pero la autoestima puesta en su rendimiento deportivo, sostenida en el goce de que, por encima de todo, él puede, no le permitieron detenerse y reflexionar sobre su preocupación y su angustia, y siguió adelante, reconcentrado en su dolor, distraído. Si hubiera podido aceptar esto, se habría ocupado de tener más cuidado, de desconfiar de sí mismo, de ir más despacio, de aprender a pedir colaboración. Esta actitud implica un trabajo de reforzamiento de las cadenas asociativas simbólicas, en lugar de achatarlas con la actuación irreflexiva
COLOCARSE EN RIESGO
Estos mecanismos compensatorios5 por medio de la fantasía o a través de la acción, mediante los cuales una persona se trata de demostrar a sí misma y a los demás que aún puede tanto como antes supuestamente podía, dan lugar a una sobrecarga y sobre-exigencia en el rendimiento a distintos niveles: deportivo, sexual, laboral, lo que a la larga puede desembocar en una adicción a los estimulantes. Pero, como presentan en algún punto su falla, constituyen cada uno una oportunidad y un estado de riesgo permanente de producción de caídas, en el punto en que fallan.
Lo que debería ser la aceptación de una pérdida a través de la elaboración del duelo es vivenciado como caída y derrumbe, y desencadena un proceso amenazado permanentemente de una caída en lo real: tanto el mecanismo compensatorio en sí puede provocarla, como el fracaso del mecanismo y la "re-caída" en colapsos transitorios, hasta el colapso definitivo, que muchas veces está marcado por una caída real.
Lo que se vivencia como caída y no puede ser simbolizado como corte en el sentido de la castración, retorna como caída desde lo real, determinando un corte con efecto mutilante de la condición de sujeto.
"...¿Qué es lo que pude observar en estos pacientes?..."-se pregunta Rabinovich6 en su estudio acerca de las impulsiones y caracteropatías.- "...Que hay cierta satisfacción, a veces directa, visible, a la cual no pueden renunciar...Yo casi me atrevería a llamarlas patologías del acto..."
Considero oportuna esta cita, habida cuenta de que las patologías que esta autora investiga son patologías del narcisismo y como tales, son las más proclives a descompensarse en el envejecimiento. La definición que ella aporta es válida si pensamos a la caída como modalidad patológica del acto.
Esta lectura nos permitirá reformular la concepción freudiana de considerar a toda caída al modo del acto fallido, y podremos analizar en cada caso particular si la caída tiene el efecto de una actuación o más bien de un pasaje al acto, que indicarán una tramitación diferente en relación a lo simbólico.
La caída podrá ser leída como actuación, cuando represente el montaje de una escenificación dirigida a un Otro, a través de la cual el viejo, produciendo el efecto de "pobre víctima", haciéndose signo de una falta, intentará conmoverlo apelando a una respuesta, como una búsqueda de entrada en escena en tanto sujeto.
En cambio, será entendida como pasaje al acto, cuando en la caída el viejo ya no muestre su exclusión sino que se excluya en la acción con todo su cuerpo. El sujeto "se cae" de su propia imagen constitutiva que ya no lo sostiene, se hace resto y se dirige a lo real. Desmonta la escena, perdiéndose como sujeto.
En el límite del pasaje al acto, el suicidio de los viejos 7 (que se hable del suicidio de los jubilados destaca la condición de inhibición del acto) indica la identificación con ese lugar de resto que les ofrece un sistema cuyo discurso Amo sostiene que es un hecho normal estadísticamente, que es esperable que un viejo se suicide. "Son gajes del oficio." Esta salida de la escena es el camino habitual que sigue un viejo luego de una caída que lo invalida.
DESPUÉS DE LA CAÍDA
Si todo colapso narcisista en la vejez se manifiesta bajo la forma de las diversas depresiones -desde las neuróticas hasta las psicóticas- y suele estar acompañado de somatizaciones diversas, en el caso de la producción de una caída lo acompañan, además, las secuelas que constituyen lo que habitualmente se denomina "síndrome postcaída": una puesta en primer plano de las inhibiciones, de la dependencia simbiótica, acompañada de sedentarismo, pérdida de fuerza y de autoconfianza, miedos y autorreproches, que en realidad es depositar en la caída el autorreproche originario.
La consecuencia de este síndrome es, habitualmente, la pérdida de la autonomía, la cual realimenta la depresión que, junto al repliegue generalizado y a un entorno cada vez más pobre y reducido, va conformando la posición de desapego.
La puesta a distancia del mundo exterior hace notable la retracción a nivel de todos los espacios: motor, auditivo, visual, mental, social y temporal 8. Estas características de pérdida de la autonomía y desapego que representan a la vejez patológica suelen ser tomadas como paradigma de la vejez (confusión vejez = enfermedad), no sólo por los otros sino por el viejo mismo.
Vemos entonces no sólo el beneficio primario del "síndrome post-caída" en cuanto a la vuelta a la posición de dependencia -de la que en realidad nunca se salió- sino que, además, la vejez en sí pasaría a funcionar como beneficio secundario. Este es el sentido del prejuicio acerca de la vejez: se atribuye a ella la causa de la caída. Se la vivencia como algo persecutorio que repentinamente se instala y no como lo que realmente es: un proceso paulatino y normal común a todos.
"Es la vejez" equivale entonces, como en toda psicosomática, a "es la enfermedad", y así el paciente encuentra el motivo externo que lo desinvolucra, que le permite no cuestionarse nada.
Hay que tener claro que esto es la vejez patológica.
La caída suele ser el punto de pasaje de un viejo -en lo manifiesto autoválido- a un viejo dependiente; de su hogar, de un centro de jubilados, a un geriátrico. Entonces se plantea la opción de dejarse caer, de dejarse llevar por la hipocondría, la enfermedad, por el goce de ser tomado a cargo de otro. Pero hay otra opción: la participación activa en pos de nutrir el narcisismo con nuevos valores, poner a trabajar el narcisismo en la creación de nuevos productos, separando de sí al objeto, en el "saber hacer" del acto creador.
CIRCUNSTANCIAS QUE EMPUJAN...
La caída puede ser leída como síntoma de que la vejez es vivida como crisis. Y sabemos que esto no es inevitablemente así: la vejez no es sinónimo de caída, derrumbe y crisis.
Desde un enfoque psicosocial, B. Neugarten9 plantea que la jubilación, la viudez, la menopausia, el síndrome del "nido vacío", todo aquello que es previsible, elaborable anticipadamente, no desemboca necesariamente en crisis.
"Desde este punto de vista, los eventos normales y expectables de la vida no deben en sí mismos constituir crisis ni producir traumas. El fin de la escolaridad, dejar la casa de los padres, el casamiento, la paternidad, encontrar trabajo, el crecimiento de los propios hijos y su partida del hogar, la menopausia, la abuelidad y la jubilación, en nuestra sociedad son los puntos decisivos normales, las marcas o las puntuaciones que se establecen a lo largo del ciclo vital. Producen cambios en el concepto de self en el sentido de identidad; marcan la incorporación a nuevos roles sociales y, de acuerdo con ello, precipitan nuevas adaptaciones. Pero en sí mismos ellos no son, para la vasta proporción de personas normales, eventos traumáticos o crisis que puedan precipitar enfermedades mentales o destruir el sentido de continuidad del self".
La jubilación por ejemplo, implica, entre otras cosas, un cambio de hábitos y, en algunos casos, según la ocupación de que se trate, una reformulación de la imagen corporal.
Pero algo falló en la posibilidad de elaboración anticipada del retiro en Roberto si, cuando ya no pudo sostener el trabajo manual en su taller -en el que pasaba sus días aislado de su familia-, las únicas actividades para sus manos pasaron a ser la adicción al cigarrillo y el hábito de comerse las uñas. En el caso de este sujeto esquizoide, las manos pasaron de la producción activa al goce pasivo y autoerótico.
Del mismo modo, la viudez es un acontecimiento habitualmente desencadenante de colapsos y muchas veces de caídas, sobre todo en mujeres. Este es el aporte que el psicoanálisis realiza a la interdisciplina para explicar por qué la osteoporosis no es causa suficiente para explicar la mayor frecuencia de caídas en mujeres viejas.
Aquellas mujeres que vivieron una vida de anulación tras su rol de esposa en una relación simbiótica con su marido -generalmente continuación del vínculo previo con su madre- la viudez las enfrenta a una difícil misión: re-conocerse como auto-válidas.
Si su lugar en el matrimonio fue siempre el de sostén de otro, sostenidas en el deseo
de ese otro, ¿cómo hacer para re-encontrarse a solas frente al propio deseo? La caída se produce precisamente porque hay deseo pero se teme o no se sabe qué hacer con ese deseo; no se lo puede sostener, y la caída vendría a ser la salvación del riesgo de ser autónomas, del riesgo de vivir.
La caída aparece como la asunción de una derrota, el resignarse a no poder, la claudicación del deseo. La pérdida de su sostén, de su bastón, a menudo lleva a este tipo de mujeres a la necesidad de recurrir r a un nuevo bastón, ahora material.
Se ve nuevamente, en la viudez, que se hace necesario replantear la imagen corporal en mujeres cuyo cuerpo era vivido como prolongación de otro. Se replantea así el tema de la dependencia. Poder separarse del otro cuando ilusoriamente se es uno con él. Si el anhelo de fusión con el otro es supuestamente logrado en vida del esposo, al perderlo la viuda queda sumida en la invalidez psíquica, tardando muy poco en desencadenarse la invalidez física, real.
Tanto la pareja como el trabajo pueden en ocasiones funcionar como distintos modos de engañarse durante toda la vida con una supuesta completitud. Cuando esta situación se ve alterada, el narcisismo se fractura.
PRIMERO ES LA FRACTURA Y LUEGO LA CAÍDA
Esta es una de las conclusiones de un trabajo de investigación llevado a cabo en nuestro medio 10: "las crisis vitales de la edad madura tales como el duelo, cambio reciente de hábitat, estilo de vida, la deprivación social y la pérdida de roles activos participan muchas veces de un estado de ‘prefractura’. Entonces podría decirse que una persona que cae y se fractura sería ya una persona "quebrada" y lo que ella nos está diciendo sobre sí misma a través de la caída y el desenlace resultante demostrará lo que no pudo expresar antes de la ‘injuria’ que puso en escena su propio deterioro".
Es común, sobre todo en un geriátrico, el discurso de la vieja que, no habiendo podido elaborar el duelo por su esposo, dice anhelar esa época "cuando con él éramos una sola persona... todo el día juntos... nunca me dejó... nunca fui sola a ninguna parte...Yo vivía en paz... me tenía como una reina... no me puedo desprender..."
Santiago es un viudo sano internado en un geriátrico a raíz de una caída que lo lleva a una operación de cadera, la cual le ha dejado una pequeña renguera que lo obliga a usar bastón. Su hijo único se pregunta: "¿...por qué nada de lo que hago por él lo conforma ...? ¿...por qué me tiene tan pendiente de él y él depende tanto de mí... ¿... por qué vive en la queja y la demanda permanente y lo que se le propone para estar mejor no lo acepta ...? ¿...por qué se muestra como un in-válido cuando en realidad no lo es ...?
Porque Santiago es emocionalmente inválido, a pesar de todos los logros de su vida. La caída y la pequeña secuela de la operación le permitieron evitar enfrentarse a lo que durante toda su vida estuvo velado para él y su familia: que era un hombre totalmente dependiente en lo afectivo, aunque exitoso en su realización laboral. Que había tenido a su esposa "esclavizada" a sus requerimientos hasta que la muerte de ella lo dejó solo sin saber qué hacer consigo mismo, sin un otro que vele por él. No está preparado para rehacer su vida, para hacerse cargo de sus deseos, para rearmarlos, para iniciar nuevas búsquedas, aunque tenga recursos económicos y de salud para emprenderlos.
Sólo sabe vivir teniendo alguien atado a sus demandas y una pequeña renguera y un bastón le sirven como imagen para hacerle sentir a su único hijo -culpa mediante- que debería estar atado a la pata de su c ama permanentemente.
Estos seres que siempre tuvieron alguien atado a ellos, un "lazarillo", un "ladero", según palabras de los propios pacientes, son los que generalmente en la vejez se caen, se invalidan, como modo de restablecer el equilibrio en el que siempre vivieron: en posición alienada, de dependencia emocional de un otro.
En este caso estamos ante un hijo que se pregunta y viene a preguntar. Los modos en que se posicionan los familiares frente a los avatares de la enfermedad de un viejo fueron descriptos por varios autores 21 y forman parte de las respuestas del medio, facilitadoras o frenadoras de los cambios internos. Así, las actitudes que adopte la familia -de sobreprotección, de abandono, de agresión encubierta, de desquite- serán función de la familia que armó ese sujeto y van a favorecer o no una salida patológica. Por eso es importante que un hijo haga un alto en el enganche patológico y se detenga a preguntarse, y también son importantes las entrevistas familiares para evaluar el grado de diferenciación de sus miembros y la posibilidad de preservación de los vínculos afectivos.
En el caso de Juana, una mujer de más de ochenta años que vivía sola y cuya omnipotencia no le permitía aceptar que estaba vieja y necesitaba ayuda de sus hijos, la caída le otorgó el único momento de lucidez. Desconfiaba tanto de su hijos como de los médicos, y descuidaba aspectos básicos de su seguridad personal, en una fantasmática paranoide que no daba cabida a nadie. Hasta que se cayó y pidió ser internada en un geriátrico.
Cuando rearma su fantasma y reclama volver a su casa, se hace necesario trabajar con la familia para que ésta pueda discriminarse de la familia interna de Juana y no acceda a su reclamo, por la seguridad de todos.
Otro caso es el de María. Ella dice: "Desde la caída perdí fuerza, tengo miedo, me vine abajo." Pero ¿en qué circunstancias se cae?
Cuando su esposo la abandonó por otra mujer y quedó sola, decidió compartir su pequeño departamento con su hija, casada y con dos hijos, que no tenía casa propia.
A medida que sus nietos crecían, el departamento iba quedando chico y la hija decidió hacer reformas para ampliar las comodidades. ¿La co-modidad de quién? Seguramente esta pregunta resonaba en María sin ser formulada cuando tropezó en el baño con los restos de cascotes de la obra y cayó. Pero hay algo que en María se estaba viniendo abajo cuando cae: su lugar para los otros. La caída lo resuelve: de ahí al geriátrico.
PREVENCIÓN INTERDISCIPLINARIA DE LAS CAÍDAS EN LA VEJEZ
Si el trabajo psicoterapéutico de rehabilitación cuando la caída ya se produjo, lleva al sujeto a relacionar las consecuencias con las circunstancias previas y los antecedentes psíquicos, el trabajo preventivo que podemos encarar en los ámbitos de circulación de viejos "sanos, "autoválidos", podrá llevar a concientizar las circunstancias y las condiciones psíquicas, antes que se produzcan las consecuencias.
Con la idea directriz de que los accidentes no son casuales, no son una fatalidad, y como modo de resguardar al viejo contra sí mismo, señalaremos los riesgos que acarrean las caídas: lo que no se acepta perder, termina perdiéndose por otro lado.
En este sentido del riesgo es que operaremos desde el psicoanálisis, ya que no se trata de suprimir de manera radical los factores de riesgo. Como dice Emilio La Rosa11: "el riesgo es una manifestación casi inherente de la existencia del ser humano; considerar al anciano como un ser particularmente frágil y por lo tanto querer evitarle todo tipo de riesgo nos conduce a una segregación; la caída está íntimamente ligada a la noción de movimiento y ella se inscribe simbólicamente dentro de la libertad de movimiento; es necesario saber asumir el riesgo inherente a la movilidad, tratando de modularlo; vemos que la elaboración imaginaria que conduce al anciano a considerar la caída como un riesgo fundamental, tiene por efecto reducir su espacio de vida y lo lleva también a percibirse como un individuo frágil y por lo tanto a fijarse ciertos límites imaginarios de su autonomía. En este caso, una filosofía del riesgo será igualmente una filosofía de la distancia en relación al riesgo...".
Para que el psicoanálisis pueda ser incluido en un trabajo interdisciplinario en la prevención y en la rehabilitación de las caídas en los viejos es necesario que el equipo comparta esta "filosofía del riesgo".
NO CONSIDERAR AL SER HUMANO UN MECANISMO DE POLEAS
No se tratará entonces meramente de hacerle "levantar la cabeza", "no arrastrarse", "mantener el equilibrio", "ampliar la base de sustentación", "dar pasos firmes y rítmicos", ya que consideraremos la particular carga simbólica que tienen en cada sujeto estas consignas, y le daremos un espacio para cuestionarse, devolviéndole así el protagonismo en la regulación de su libertad de movimiento.
Así, Angélica habla de su pierna "boba" porque toda ella se siente una boba: arrastra una vida "sin pies ni cabeza".
Es una frase común en los viejos: "quien no tiene pies tiene cabeza" o "quien no tiene cabeza tiene pies". A partir de estas frases, a partir de la escucha del discurso del viejo, es que el trabajo interdisciplinario podrá encontrar la relación entre los pies y la cabeza. Llegaremos a evitar la rigidificación, manteniendo la flexibilidad en todos los órdenes de la vida.
Un cuerpo flexible en un ser humano flexible. Porque un cuerpo que se rompe, que se quiebra, que se fractura, que se deja quebrar, representa a un ser humano quebrado, fracturado, caído.
Nuestra oferta de escucha, a fin de acompañar al viejo en el camino del autocuestionamiento del propio accionar, tendrá el objetivo de prevenir actuaciones y apuestas tanáticas del cuerpo.
La creación de un contexto de cuidado y de circulación de la palabra, a través de la inclusión en un grupo de pertenencia y el abordaje de un equipo interdisciplinario, será el ámbito propiciador de la puesta en juego del cuerpo en el decir del acto creador que lo devuelva a su lugar de sujeto.
¿ Podrá ser el establecimiento geriátrico un ámbito propicio para cumplir esta función?
Notas
1 Lic. Graciela Zarebski De Echenbaum. Psicóloga especializada en los temas del envejecer. Fue Profesora Adjunta de la Cátedra "Psicología de la Vejez" de la Facultad de Psicología de la UBA e Investigadora en esa Casa de Estudios.
Directora de la Carrera de Postgrado en Psicogerontología de la Universidad Maimónides, Coordinadora Docente y Profesora Titular en la Carrera de Grado de Gerontología en esa Universidad.
Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas y es autora de Lectura Teórico – Cómica de la Vejez (1990) y La Vejez ¿es una Caída? (1994), ambas de Editorial Tekné, Hacia un Buen Envejecer (1999), de Editorial Emecé, Directora de la colección sobre Vejez ¨ Generaciones ¨ de Editorial Tekné y co-compiladora de ¨ Viejos Nuevos – Nuevos Viejos (2001) de esa Editorial..
En el ámbito de las instituciones, además de las de carácter privado, ha participado en la coordinación docente de los Programas Preventivos del PAMI (1992 – 1996) y ha coordinado la capacitación de sus profesionales (1997 – 1998).
Actualmente, se desempeña en el Programa de Salud para Adultos Mayores de la Secretaría de Salud del Gob. de la Ciudad de Bs. As. como Directora del ¨ Curso de Actualización en Psicogerontología¨, y Coordinadora de la Red de Gerontología de los Hospitales públicos..
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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